Pocas personas en el mundo tienen una tan mala fama como Atila, el rey de los hunos. Su leyenda negra ha superado con creces la realidad del hombre, creando una imagen distorsionada y muy alejada del Atila real. Su nombre es usado con frecuencia para designar barbarie y crueldad sin medida, pero nada más lejos de la realidad.
Atila nació en el año 395, hijo de uno de los príncipes hunos más importantes. Los hunos eran unas tribus semi nómadas, que se habían asentado en las llanuras del Danubio, procedentes de las estepas asiáticas. Su proximidad al decadente imperio romano les hace tener un protagonismo inesperado en sus últimos años de existencia.
En contra de la opinión general, Atila fue uno de los hombres más cultos de su época. Esto se debió a que de muy joven fue enviado a Roma como rehén amistoso. Esta era una costumbre muy extendida como forma de hacer más sólida una alianza. Los países en conflicto enviaban a uno o varios miembros de su aristocracia, para ser acogidos como “rehén amistoso” en la corte del país rival.
Así fue como Atila aprendió un perfecto latín, nociones de griego e incluso leyes y administración, lo cual le fue muy útil, cuando años más tarde fuera proclamado rey de los hunos. Fue entonces cuando conoció al joven romano Aecio, un rehén amistoso en la corte del rey huno, Rugila. Esta amistad duró toda su vida, incluso en los momentos en los que la vida quiso que se enfrentaran como enemigos en el campo de batalla.
Gracias a su esmerada formación, cuando en el año 434 alcanza llega al poder, copia las instituciones y las leyes que había estudiado durante su estancia en Roma, consiguiendo así una “romanización” más completa de los por entonces llamados “bárbaros”. Este término se empleaba para designar a todo aquel que no era ciudadano romano y procedía de fuera del imperio. Como hemos visto, no daba por hecho rudeza o ignorancia en el individuo.
No es nuestra intención nombrar santo a Atila, es cierto que su ejercito participó en actos de pillaje y muerte, pero no de forma exclusiva. Su táctica consistía más en asustar que realmente en destruir, de forma que intentaban siempre obtener la rendición de sus enemigos con un primer acercamiento muy salvaje. Así a costa de unos pocos, podía salvarse la mayoría. Sus acciones guerreras no fueron especialmente crueles, a pesar de la creencia actual, lo que sucedió es que a Atila le interesó ofrecer una imagen violenta.
Los encargados de difundirla por el mundo entro fueron los emperadores del imperio romano de Oriente, con sede en Constantinopla. Sus relaciones con los hunos fueron especialmente tensas, motivadas por la soberbia de los emperadores de Bizancio, que se negaban a reconocer en Atila a un rey como los demás.
Respecto al imperio de Occidente, con sede en Roma, Atila tuvo mejores relaciones, motivado por su antigua amistad con el noble Aecio, convertido en el mejor general del imperio. Su enfrentamiento en la batalla de los Campos Cataláunicos debido a intrigas políticas, se saldó con la victoria de Aecio, dando así un respiro a la maltrecha Roma.
Parte de la leyenda de Atila se forjó en su fallido sitio de la ciudad de Roma en el año 452. Cuando se encontraba a sus puertas con un ejército de hunos dispuestos a todo, tuvo una entrevista con el Papa León I, después de la cual, se retiró inexplicablemente. No debía ser un bárbaro sanguinario sin cultura si atendió a las razones dadas por el Papa.
Murió en el año 453, en su campamento, posiblemente de muerte natural, en una de sus múltiples noches de boda.
Desde el Renacimiento hasta nuestro días pocos temas han resultado tan atractivos como el de las Cruzadas. A su alrededor se han forjado mitos y leyendas muy alejadas de la realidad histórica y que la literatura se ha encargado de difundir.
En general, se denomina como Cruzadas a la serie de campañas, comúnmente militares, que a partir del siglo XI se emprendieron desde el Occidente cristiano contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa. Estas campañas se extendieron hasta el siglo XIII y se caracterizaban por la bendición que les concedió la Iglesia, otorgando a los particulares indulgencias espirituales y privilegios temporales a los combatientes. Con el tiempo el término se aplicaría a cualquier guerra que se emprendiera al servicio de la Iglesia, como, por ejemplo, la cruzada contra los albigenses.
El origen de las Cruzadas
La I Cruzada fue predicada por el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont (1095), tras la conquista de Jerusalén por los turcos seljúcidas (1076) y las peticiones de ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno. Aparte de la recuperación de los Santos Lugares, con su clara connotación religiosa, los Papas vieron las Cruzadas como un instrumento de ensamblaje espiritual que superase las tensiones entre Roma y Constantinopla, que además elevaría su prestigio en la lucha contra los emperadores germanos, afianzando su poder sobre los poderes laicos. También como un medio de desviar la guerra endémica entre los señores cristianos hacia una causa justa que pudiera ser común a todos ellos, la lucha contra el infiel.
El éxito de esta iniciativa y su conversión en un fenómeno histórico que se extenderá durante dos siglos, se deberá tanto a aspectos de la vida económica y social de los siglos XI al XIII, como a cuestiones políticas y religiosas, en las que intervendrán una gran variedad de agentes: como la difícil situación de las masas populares de Europa occidental; el ambiente escatológico, que hacía de la peregrinación a Jerusalén el cumplimiento del supremo destino religioso de los fieles; o los intereses comerciales de las ciudades del norte de Italia que participaban en estas expediciones y que encontraron en las cruzadas su oportunidad de intensificar sus relaciones comerciales con el mediterráneo oriental, convirtiéndose en las grandes beneficiarias del proceso. Los comerciantes italianos reabrieron el Mediterráneo oriental al comercio occidental, monopolizaron el tráfico y se convirtieron en intermediarios y distribuidores en Europa de las especies y otros productos traídos de China e India.
También tuvo su papel la necesidad de expansión de la sociedad feudal, en la que el marco de la organización señorial se vio desbordado por el crecimiento, obligando a emigrar a muchos segundones de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades de lucro. De esta procedencia eran la mayoría de los caballeros franconormandos que formaron la mayor parte de los contingentes de la primera cruzada.
Espiritualmente dos corrientes coinciden en las Cruzadas. Por un lado, la idea de un itinerario espiritual que enlaza la cruzada con la vieja costumbre penitencial de la peregrinación. Así se intenta alcanzar la Jerusalén celestial por vía de la Jerusalén terrestre. Ambas a ojos del cristiano del siglo XI resultaban prácticamente inseparables. Y más que para los caballeros para las masas populares imbuidas de unas ideas mesiánicas y en extremo anarquizantes, que chocaron repetidamente con el orden social establecido. Son las llamadas cruzadas populares, como la de Pedro el Ermitaño, que precedió a la expedición de los caballeros, la de los Niños (1212) y la los Pastoreaux (1250). Por otro lado, está la idea de una "guerra santa" contra los infieles, en la que Jerusalén no constituye el único objetivo, se lucha contra el Islam.
Las ocho Cruzadas
La historiografía tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en realidad el número de expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en Palestina, para luego volver la vista al Norte de África o servir a otros intereses, como la IV Cruzada.
La I cruzada (1095-1099) dirigida por Godofredo de Bouillon, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento culminó con la conquista de Jerusalén (1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la formación de los estados latinos en Tierra Santa: el reino de Jerusalén (1099), el principado de Antioquia (1098)y los condados de Edesa (1098) y Trípoli (1199).
La II Cruzada (1147-1149) predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, terminó con el fracasado asalto a Damasco (1148).
La III Cruzada (1189-1192) fue una consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187) por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de Léon, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de Alemania, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para cederla luego al Rey de Jerusalén, y junto a Felipe Augusto, Acre (1191)
La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por Inocencio III ya contra Egipto, terminó desviándose hacia el Imperio Bizantino por la intervención de los venecianos, que la utilizaron en su propio beneficio Tras la toma y saqueo de Constantinopla (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante la reacción bizantina que constituyeron el llamado Imperio de Nicea, al tiempo que Génova sustituía a Venecia en el control del comercio bizantino.
La V (1217-1221) y la VII (1248-1254) Cruzadas, dirigidas por Andrés II de Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia, respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de Egipto y ambas terminaron en rotundos fracasos.
La VIII cruzada (1271) también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad sitiada.
La VI Cruzada (1228-1229) fue la más extraña de todas, dirigida por un soberano excomulgado, Federico II de Alemania, alcanzó unos objetivos sorprendentes para la época: el condominio confesional de Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que sin embargo duraría pocos años.
Consecuencias
Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los objetivos esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187 y lo que quedó de las posiciones cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además, los señores de Occidente llevaron sus diferencias tanto a las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III en la II Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en Tierra Santa, dónde los intereses de los diferentes grupos dieron lugar a numerosos conflictos.
En el intento de reensamblar las cristiandades latina y griega, no sólo falló la Cruzada, sino que acentuó el odio y la diferencia entre ellas, convirtiéndose en causa última de la ruptura definitiva entre Roma y Bizancio. Cierto es que Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional, pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos, o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió en la IV Cruzada. Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de Tiro nos han dejado testimonios del impacto del paso de los cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la brutalidad de costumbres de los occidentales y el refinamiento cultural bizantino.
Por último, y a pesar de los réditos políticos que las Cruzadas tuvieron para el Papado como director de la política exterior europea, pronto se encontró Roma con voces que criticaban su uso como instrumento al servicio de los intereses papales, sobre todo desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron también contra los disidentes religiosos o los enemigos políticos.
LAS ORDENES MILITARES.
La custodia y defensa de los territorios conquistados en Tierra Santa fueron confinados a milicias especiales de carácter mitad religioso mitad militar, que recibieron el nombre de Ordenes Militares. Todos sus componentes estaban sujetos al triple voto de obediencia, castidad y pobreza. Al frente de la Orden se hallaba un Gran Maestre que residía en Tierra Santa. Los fieles o miembros se dividían en tres grupos:
caballeros, religiosos y hermanos. Los primeros tenían por misión acompañar y proteger a los peregrinos que visitaban los Santos Lugares, y luchar contra los infieles. El servicio divino de los castillos estaba encomendado a los religiosos. Los hermanos atendían los quehaceres domésticos, cuidaban de los pobres y de los enfermos. La Orden de los Hospitalarios fue constituida por varios nobles franceses con el fin de atender a los peregrinos y cuidar a los enfermos. Más tarde esta Orden cambió de finalidad e intervino en las luchas contra los infieles y en la defensa de los territorios cristianos.
Al evacuar Tierra Santa, se establecieron en la isla de Rodas e hicieron frente a los turcos por espacio de dos siglos. De todas las órdenes militares, la más famosa fue la de los Templarios, creada en 1118 por Hugo de Payens y nueve caballeros borgoñeses, con la misión de proteger a los peregrinos y limpiar los caminos de salteadores infieles. Su Gran Maestre residía en el mismo lugar donde se había levantado el templo de Salomón, de aquí el nombre de "templarios". La mayor parte de ellos eran franceses y vestían un manto blanco con una cruz roja colocada sobre la armadura. Su bandera era blanca y negra. Gracias a las herencias y donativos los caballeros templarios llegaron a reunir gran número de castillos y territorios en Europa y Oriente, pero esta prosperidad suscitó envidias y dio pie a toda clase de calumnias.
Los Templarios
La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (en latín, Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici), comúnmente conocida como los Caballeros Templarios o la Orden del Temple (en francés, Ordre du Temple o Templiers) fue una de las más famosas órdenes militares cristianas. Esta organización se mantuvo activa durante poco menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de PayensPrimera Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaron a Jerusalén tras su conquista. Fueron reconocidos por el Patriarca Latino de Jerusalén, Garmond de Picquigny, el cual les dio como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro. tras la
Aprobada de manera oficial por la Iglesia católica en 1129 durante el Concilio de TroyesCatedral de Troyes). La Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con una cruzCruzadas. Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco, y edificando una serie de fortificaciones por todo el Mediterráneo y Tierra Santa. (celebrado en la roja dibujada. Los miembros de la Orden del Temple se encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las
El éxito de los templarios se encuentra estrechamente vinculado a las Cruzadas; la pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de los apoyos de la Orden. Además, los rumores generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios creó una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, considerablemente endeudado con la Orden, comenzó a presionar al Papa Clemente V con el objeto de que éste tomara medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron arrestados, inducidos a confesar bajo tortura y posteriormente quemados en la hoguera. En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe y disolvió la Orden. La brusca desaparición de su estructura social dio lugar a numerosas especulaciones y leyendas, que han mantenido vivo el nombre de los Caballeros Templarios hasta nuestros días.
Este histórico lema de los templarios impuesto a la Orden por su primer padre espiritual, San Bernardo de Claraval, sumariza en unas pocas palabras el ideal y el propósito de su existencia. Los primeros hermanos no vivían y luchaban por interés personal, sino por un concepto, el establecimiento de la sociedad cristiana, una civilización dedicada a la gloria de Dios. La caballería de hoy intenta emular esta gran tradición en el hecho de que sus trabajos y vidas deben ser un ejemplo para otros y como una hermandad tener como objetivo llegar a construir una aristocracia del espíritu. Un caballero templario entiende que hay un Dios, una vida creada por El, una verdad eterna y un propósito divino. En consecuencia esta implícito que la verdadera existencia y las bases históricas de la Orden tienen por objeto: 1.- Luchar contra el materialismo, la impiedad y la tiranía en el mundo. 2.- Defender la santidad del individuo. 3.- Afirmar la base espiritual de la existencia humana.
Este es un tremendo objetivo, pero esta es la elección de la caballería. Es por lo tanto el deber de los caballeros prepararse y equiparse a si mismos para sostener esas creencias fundamentales. La misión original de la Orden es tan real hoy en día como lo fue en 1118 cuando se fundo, sólo que las circunstancias han cambiado. Las crisis y los retos que afronta hoy en día la humanidad reclaman una cruzada que es más importante que cualquiera a que se haya enfrentado la Orden en el pasado. La continuidad de nuestra civilización, con todos sus errores es el reto de hoy en día. En consecuencia es necesario canalizar el trabajo y las actividades de la Orden de tal modo que sea posible entablar esa batalla ideológica que nos reta para la defensa de los valores que sostiene una sociedad basada en la ética y construida a través de siglos. Trabajando por estos principios fundamentales, la Orden cooperara con otras ordenes similares a través del mundo en contra del desmoronamiento y los elementos destructivos que prevalecen hoy en la sociedad humana. Sin embargo, no es suficiente oponerse a estos males, la Orden debe sostener la justicia natural y los derechos fundamentales del hombre y estimular la descentralización del poder político del estado reconociendo el derecho de los pueblos y las naciones a gobernarse a si mismos dentro de su medio económico natural. De acuerdo con estos principios, la Orden reconoce a todos los seres humanos como hijos de Dios, sin relación a raza o sexo y que tienen el derecho de buscar su bienestar material y desarrollo espiritual en condiciones de dignidad, de seguridad económica y de igualdad de oportunidades. La consecución del marco de referencia para que esto sea posible debe constituir el objetivo central de toda política internacional. La Orden apoya la libertad de expresión, de conciencia y de religión; defensa colectiva y medidas positivas para erradicar la pobreza y la injusticia que amenazan la paz del mundo. La Orden entiende que la felicidad y la dignidad no solo dependen del bienestar físico sino de cosas en las cuales a las personas les sea posible tomar un interés vivo y profundo mas allá de sus propias vidas privadas. La Orden cree en políticas claras y practicas, siendo aquellas las que aseguren una vivienda decente, atención sanitaria, fomentando que todos tengan la oportunidad de vivir una vida total y activa, pudiendo desarrollar sus talentos naturales. La Orden fomenta el patriotismo, expresado en el orgullo hacia la propia tierra y sus logros y el reconocimiento del lugar que le corresponde entre las naciones y sus deberes para con la humanidad. Sostiene además la idea de que cada nación debe establecer los mecanismos apropiados para vigilar y aconsejar la mejor utilización de los recursos naturales, en vista de la crisis que se producirá a la larga de minerales esenciales, petróleo, agua, etc.., como también en la agricultura y la forestación Entiende que la educación es probablemente la responsabilidad más importante que tienen aquellos encargados de la administración para proveer de instrucción adecuada a nuestras futuras civilizaciones. Se estima que la única política educacional realista es la que se dirija a asegurar los requerimientos que exige la era tecnológica, debiendo también respetarse la persona humana y su derecho y deber de hacer una elección justa, sin comprometer la capacidad del individuo de reflexionar y decidir. Mientras la educación determine el futuro de la civilización la Orden aboga por una línea de acción militante pero sin sectarismos, para encauzar la consecución de los objetivos, en todos estos importantes aspectos. En conclusión la Orden cree que los objetivos y espíritu de la misma desde un punto de vista histórico, espiritual e ideológico deben promoverse cada día mas, recuperando los valores culturales y morales del mundo occidental.
Código Templario
Los que son soldados del Temple son soldados de Dios. Como tales deben siempre andar con Dios y ser más que simples mortales. Deben conducirse con humildad y ser los más honorables, los más nobles, los más corteses, los más honestos y los más caballerosos. El templario debe servir a la Orden y no esperar ser servido por ella. Que lo que colabore lo haga en servicio de Dios y no debe esperar recompensa salvo el saber que con ello honra a la Orden por su devoción. El templario no debe causar a ninguna criatura herida o daño, sea esta una criatura humana u otra, sea por ganancia, placer o vanidad. Al contrario, el templario debe intentar llevar la justicia a todos aquellos que no la reciben porque todos son hijos de Dios y a todos a concedido Dios el don de la vida. Ante todos los seres el templario debe demostrar caballerosidad, cortesía y honestidad, teniendo presente que son testigos de Dios. Un templario debe vivir cada día como un crítico del día anterior, de esta manera cada nuevo amanecer será un paso hacia una mayor nobleza. Ningún templario deberá ofender de forma alguna a una persona u otro ser. Para todos el templario debe ser un ejemplo de caballerosidad. Ninguna mujer deberá temer nada de un templario, ni de sus palabras ni de sus acciones. Ningún niño deberá padecer tampoco ese temor. Ningún hombre, no importa cuan rudo sea, deberá temer a un templario. Donde hay debilidad allí el templario debe llevar su fuerza. Donde no hay voz allí el templario debe llevar la suya. Donde están los más pobres allí el templario debe distribuir su generosidad. Un soldado del temple no puede estar esclavizado por creencias sectarias u opiniones estrechas. Dios es la verdad y sin Dios no hay verdad. El templario debe siempre buscar la verdad porque en la verdad está Dios. Jamás un templario debe deshonrar a otro, porque dicha conducta le deshonrará a él y llevará descrédito a la Orden.
En su conducta el templario: * No debe ser brutal. * No debe emborracharse en forma ofensiva. * No debe ser ni inmoral ni amoral. * No debe ser cobarde ni bestial. * No debe mentir ni tener intenciones maliciosas. * No debe buscar posiciones de engrandecimiento dentro de la Orden. Se contentará con aquellos puestos que le sean encomendados para mejor servirla. * No debe juzgar a nadie dentro o fuera de la Orden por sus posesiones o su posición social. Antes al contrario debe juzgar por el carácter y la bondad o falta de ellos. · Debe expresar verdadero sometimiento a los principios del Temple y obediencia a sus oficiales en todas las cosas de la Orden, en tanto entienda que sean verdaderos templarios y merezcan dicha obediencia. · Debe ser un verdadero patriota hacia la tierra que Dios le ha dado. · No debe cazar a ninguna criatura ni por vanidad ni por deporte. · No debe matar a ninguna criatura salvo para alimentarse o en defensa propia. · Debe mantenerse firme y veraz en las justas causas de Dios. · No tomará actitud ofensiva contra ningún hombre por la forma en que se dirige a Dios, aunque esta sea diferente o extraña. Antes al contrario el templario deberá intentar entender como otros se acercan a Dios. · Debe siempre ser consciente de que es un soldado del Temple y tratar siempre que sus obras sean un ejemplo para los demás.
La historia de la piratería es casi tan antigua como la historia de la humanidad. Cuando algunos hombres se dieron cuenta de que podían viajar por el mar, se volvieron navegantes y cuando otros hombres se dieron cuenta de que podían asaltar a esos navegantes, se volvieron piratas.
Desde entonces, las playas y los mares de muchas partes del mundo comenzaron a poblarse de esos personajes que amaban el peligro, odiaban el trabajo y ambicionaban las riquezas que poseían los demás. Según nos cuenta la historia, el más famoso y antiguo de los piratas fue un griego, cuyo nombre era Polícrates. Vivía en la isla de Samos. Allí mandó levantar un hermoso palacio. Y también hizo construir una gran flota de cien naves de guerra, con la cual asaltaba a otros barcos que llevaban oro y piedras preciosas.
Otro famoso pirata de la Antigüedad fue un romano llamado Sexto Pompeyo. Vivía también en una isla, porque las islas siempre han sido los refugios más seguros para los piratas.
Pero sucedió que a Sexto Pompeyo se le ocurrió atacar cierta vez una ciudad muy amada por todos.
Entonces el emperador envió un fuerte ejército contra él, que lo derrotó y le quitó todas sus riquezas.
Pasaron muchos siglos, y parecía que en el Mar Mediterráneo no habría ya piratas tan grandes y tan temibles como lo fueron el griego Polícrates y el romano Sexto Pompeyo.
Entonces apareció un joven robusto, de nariz recta y ojos penetrantes como los de un águila. Venía de Berbería, región ubicada en el norte de África. Era, pues, un pirata berberisco.
Se llamaba Arudj. Pero como nadie podía pronunciar un nombre tan difícil, y como además tenía rojos los pelos de su barba, todos lo llamaban Barbarroja.
Este pirata era tan ambicioso y audaz, que se atrevió una vez a capturar dos naves llenas de preciosas mercancías enviadas por el Papa de Roma.
Los amigos del Papa de Roma se enojaron mucho, y juraron acabar con Barbarroja. Comenzaron entonces a perseguirlo por mar y tierra.
Y cuentan los relatos de aquella época que el pirata, para demorar el paso de sus perseguidores, sembró los caminos de oro y joyas. Mas los perseguidores no se dejaron engañar, y finalmente lo alcanzaron y lo mataron. Así terminó Arudj, que era llamado Barbarroja por ser su nombre tan difícil de pronunciar y por tener rojos los pelos de su barba.
Después surgieron otros muchos y muy pintorescos piratas. Como los vikingos, que eran todos rubios y navegaban en barcos con forma de dragón. O como los piratas chinos, que siempre acechaban las naves enviadas por el emperador del Japón. Pero, en realidad, la época de los más grandes y famosos piratas comienza cuando el navegante Cristóbal Colón llega a América.
A partir de entonces, los conquistadores españoles empezaron a descubrir en nuestro continente riquezas nunca soñadas.
En Perú encontraron riquísimas minas repletas de toda clase de metales valiosos. En México, plata, oro y piedras preciosas. Y en las islas del Caribe, tierras fértiles en las que crecían especias y otras rarísimas plantas, como el tabaco, que los españoles no conocían.
Movidos por la curiosidad y la codicia, los conquistadores trataban de llevarse todas estas riquezas en sus barcos, dentro del mayor secreto.
Pero los piratas siempre se enteraban y atacaban las pesadas naves cargadas con tan valiosos tesoros. De esta manera, mientras los conquistadores españoles se apoderaban de las riquezas de América los piratas se llevaban las riquezas de los conquistadores españoles.
Pero, ¿de donde salían tantos piratas?
Bueno, no es tan difícil de averiguar.
Al conquistar nuestros territorios, España se había convertido de la noche a la mañana en el país más grande, más poderoso y más rico del mundo entero.
Los reyes de Francia y de Inglaterra veían con envidia como España se llevaba nuestras riquezas, sin compartirlas con ellos. ¿Cómo apropiarse de esos tesoros?
¡Con barcos, claro!
Pero Francia e Inglaterra eran dos países pobres en esa época, y no tenían naves propias. Entonces resolvieron firmar pactos con aquellos capitanes de barcos que, deseosos de aventura y riqueza, quisieran cruzar el mar y atacar los navíos españoles.
A esa forma de viajar se la llamó ir a corso, o sea, "correr por el mar ". Los capitanes de tales barcos se llamaron corsarios.
Cuando los corsarios regresaban de sus correrías, entregaban el botín conquistado a su rey, y éste les cedía una parte. ¡Y todos contentos! El rey con sus riquezas, y el corsario con su parte del botín.
Pero muy pronto, a algunos corsarios les resultó muy incómodo zarpar de puertos europeos, cruzar todo el Océano Atlántico, atacar las naves españolas y regresar nuevamente a Europa. ¡Uf! ¡Era mucho trabajo! Además, les caía de la patada dar una buena parte de lo conquistado al rey quien, al fin y al cabo, no se arriesgaba en el mar como lo hacían ellos.
Decidieron entonces hacerse independientes, vender todo al que mejor pagara y refugiarse en Jamaica, donde vivían ya por aquel entonces algunos piratas.
Y en la famosa isla de La Tortuga, donde había muchos más.
Así, al cabo de cierto tiempo, en ambas islas acabaron viviendo muchos corsarios y muchos bucaneros, a quienes se les daba este nombre porque antes de convertirse en piratas se habían dedicado a cazar animales, cuya carne preparaban de una manera especial que se llamaba bucan; y muchos filibusteros, palabra de origen holandés que significa "el que va a la captura del botín".
Todos ellos, a pesar de tener nombres tan diferentes, estaban unidos por un oficio: la piratería.
En la isla de La Tortuga , todos esos piratas habían formado una república, a la que pusieron por nombre Cofradía de los Hermanos de la Costa.
Los piratas vivían en aquella isla como querían, sin importarles si uno era inglés, el otro francés, o el de más allá holandés.
Allí no había policías, ni jueces, ni cárceles.
Cuando se producía un pleito entre los filibusteros, se retaban a duelo y se batían con espada o con cuchillo. Al que ganaba la lucha se le daba la razón y se acabó.
En la isla de La Tortuga tampoco existía la propiedad privada de la tierra. O sea que la isla era de todos pero, a la vez, de nadie en particular.
Claro que a los piratas no les interesaba mucho todo esto, porque la verdad es que eran demasiado comodinos para andar preocupándose por averiguar de quién eran las cosas. Ellos eran piratas y su vida estaba en el mar, no en la tierra. Y como les gustaba la aventura y eran muy codiciosos, se pasaban gran parte de su tiempo planeando cómo iban a apoderarse de los tesoros que transportaban los barcos que cruzaban el océano.
Una de las empresas más conocidas del temible Lorencillo fue, por cierto, la toma de Campeche y otros veinte pueblos de la zona. Allí se quedó durante dos meses como dueño y señor. Y capturó tantos prisioneros y robó tantas joyas y piezas de plata que, cuando acabó de cargarlos, su barco casi se va a pique.
Lorencillo fue perseguido día y noche por tres fragatas españolas llenas de cañones. Pero el filibustero esquivó los ataques, arrojó al mar toda la carga para que la nave fuese más ligera y, aprovechando un viento fuerte, se alejó velozmente.
Después de estos sucesos, los españoles empezaron a levantar una muralla de ocho metros de altura alrededor de Campeche. Tardaron muchos años en construirla pero, cuando estuvo terminada, ningún otro pirata pudo entrar.
La verdad es que por estos rumbos hubo tantos piratas y tantas historias de piratas, que podríamos pasarnos días enteros recordando sus aventuras.
Algunos eran muy impresionantes y muy teatrales. Como el pirata inglés Barbanegra, “Es un hombre inmenso, ancho de hombros y de una extraordinaria fuerza. Sus ojos son brillantes. Su rostro, colorado, está encuadrado por una barba negra que cae sobre su pecho y sube hasta sus ojos. Es tan espesa que la lleva dividida en pequeñas trenzas, atadas con cintas de colores. Va siempre vestido de rojo. Empuña un enorme sable y una fila de pistolas atraviesa su pecho. Su sombrero está adornado de hachones encendidos. Cuando lucha vocifera, ruge, grita, ríe, lanza injurias. Asusta tanto a sus adversarios que presa de miedo se entregan”.
Usaba un gorro de pieles cuyo color era negro, por supuesto. Y cuando subía a bordo de una nave capturada, el feroz pirata se colocaba cuatro velas encendidas en el ala del sombrero.
Con este aspecto causaba un miedo tremendo a sus prisioneros, que acababan entregándole todo lo que poseían y contestando a sus preguntas sin ocultar nada.
También hubo un pirata muy bromista. Se llamaba Juan Lafitte y se creía el amo de todo el Golfo de México. En cierta ocasión en que el gobernador de Luisiana, cansado ya de soportar sus piraterías, ofreció una recompensa de 5 000 dólares por su cabeza, Juan Lafitte respondió ofreciendo 50 000 por la cabeza del gobernador.
Pero la piratería no sólo fue una profesión exclusiva de los hombres:
Mary Read era hija ilegítima, y su madre la vistió de muchacho para que un día pudiera ser su heredera, recordando que las mujeres no heredaban de sus padres. Entró al servicio del rey como grumete, donde se enamoró de un compañero y marcharon a Holanda en 1698. Después de la muerte de su marido, volvió a vestirse de hombre y se enroló como marinero en un barco holandés. En octubre de 1720 su barco pirata fue atacado por los británicos. Estando embarazada, murió en prisión el 28 de abril de 1721.
Un pirata totalmente diferente fue Bartolomé Robert, a quien todos llamaban "El Bello".
Era corpulento, moreno, guapo. Vestía ropas lujosas, llevaba al cuello una cadena de oro con una cruz de diamantes y lucía un sombrero ancho con una pluma roja.
Al desembarcar en un pueblo, Bartolomé el Bello hacía desfilar a sus compañeros por las calles principales. Luego entraba él y se hacía entregar las llaves de la ciudad, como si en verdad fuese un huésped de honor o un invitado especial. Finalmente, capturaba a los hombres más fornidos y los obligaba a convertirse en piratas.
Cuando Bartolomé el Bello murió, su cuerpo vestido de púrpura y encajes fue arrojado al mar. Así lo había ordenado él, que fue el más elegante de los piratas.
Y los piratas, cada vez más empobrecidos, sólo tenían barcos de vela, demasiado lentos para alcanzar a los buques modernos.
Además, cuando los hombres empezaron a usar la comunicación por radio, los pocos piratas que quedaban en el mundo no podían dar un solo paso sin que los capitanes de los barcos lo supieran.
Por otra parte, como tú sabes, luego se inventaron los aviones, con los cuales se puede vigilar el mar sin que se escape un solo pescadito. Y por último, empezó a utilizarse el radar, que es un aparato que capta la
presencia de cualquier intruso.
Los piratas del caribe
Conocidos a través de las películas, los libros de aventuras, se nos han presentado como seres fantásticos, rayando el umbral de la leyenda con la realidad, una leyenda forjada a lo largo de siglos de correrías y asaltos reales.
Filibusteros, corsarios, bucaneros... todos ellos fueron los responsables de ataques a buques cargados de tesoros que volvían a España. Los éxitos y la audacia propia de hombres sin temor, de proscritos sin patria, junto a la interesada ayuda de gobiernos, les llevó posteriormente a ofensiva contra plazas fuertes y puertos. Por todo ello fueron mundialmente conocidos. Tan reales como diferentes, porque aunque tenían la misma “ocupación” pueden observarse evidentes diferencias entre ambos.
˜Bucaneros: en su comienzo se les denominaban cazadores de puercos cimarrones(cerdos salvajes), estaban instalados en el siglo XVII en la zona oeste de la Isla Española. Su sustento era la venta de carne ahumada o asada a la barbacoa o “boucan” de ahí procede su nombre. Su expulsión por los españoles de la Española y de la Tortuga, hizo que los bucaneros se organizaran y conquistaran la segunda de las islas anteriores, donde se instalaron.
˜Filibusteros: su nombre es de origen ingles; proviene del holandés Vrij Buiter: “El que va a la captura del botín” que en inglés se escribe “Freebooter”de ahí viene la palabra “filibustero” que tiene un oscuro significado; con el cual se designaba a muchos de los piratas del mar de las Antillas en el siglo XVII, en especial a los ingleses y holandeses. Los filibusteros solían atacar poblaciones costeras, y alguna ver, muy escasa vez atacaban barcos, al contrario que sus parientes los bucaneros que su oficio era abordar barcos.
˜Corsarios: se denominaban corsarios a los piratas que navegaban a las órdenes del gobierno de su país; atacaban a los barcos de sus enemigos para debilitar los poderes comerciales y económicos de los mismos. Los corsarios tenían en su poder documentos que autorizaban aquello que ellos hacían, estos documentos recibían el nombre de “Letter of marque” o también “Patente del Corso”. Los cosarios no cumplían los preceptos establecidos en estos documentos y los que decidían lo que hacer y no hacer eran los capitanes corsarios y sus tripulaciones. Las Patentes de Corso era entregadas habitualmente por un rey. Cuando los corsarios no tenían ninguna parte en las misiones de su corona atacaban cualquierbuque que no llevara su bandera, así el botín era integro para ellos, pero conservando los derechos denavegar encorso.
˜Piratas: tenían características muy similares a los anteriores, pero estos no cumplían ordenes de ningún gobierno, es decir, que eran bandidos, enemigos públicos, ladrones del mar; no tenían ninguna influencia política sino que buscaban su propio beneficio, solo respetaban a los barcos cuya bandera fuera “Jolly Roger” (o bandera pirata). Muchos de los corsarios pasaron a ser piratas a partir de la firma de paz entre España e Inglaterra. Los principales blancos de los piratas eran buques o barcos o pequeños asentamientos o colonias de bandera española o portuguesa, era lógico ya que eran los países que monopolizaban el comercio entre Europa y el Nuevo Mundo. Sus barcos cargados de oro y plata, esto para los piratas era un gran botín.