La historia de la piratería es casi tan antigua como la historia de la humanidad. Cuando algunos hombres se dieron cuenta de que podían viajar por el mar, se volvieron navegantes y cuando otros hombres se dieron cuenta de que podían asaltar a esos navegantes, se volvieron piratas.
Desde entonces, las playas y los mares de muchas partes del mundo comenzaron a poblarse de esos personajes que amaban el peligro, odiaban el trabajo y ambicionaban las riquezas que poseían los demás. Según nos cuenta la historia, el más famoso y antiguo de los piratas fue un griego, cuyo nombre era Polícrates. Vivía en la isla de Samos. Allí mandó levantar un hermoso palacio. Y también hizo construir una gran flota de cien naves de guerra, con la cual asaltaba a otros barcos que llevaban oro y piedras preciosas.
Otro famoso pirata de la Antigüedad fue un romano llamado Sexto Pompeyo. Vivía también en una isla, porque las islas siempre han sido los refugios más seguros para los piratas.
Pero sucedió que a Sexto Pompeyo se le ocurrió atacar cierta vez una ciudad muy amada por todos.
Entonces el emperador envió un fuerte ejército contra él, que lo derrotó y le quitó todas sus riquezas.
Pasaron muchos siglos, y parecía que en el Mar Mediterráneo no habría ya piratas tan grandes y tan temibles como lo fueron el griego Polícrates y el romano Sexto Pompeyo.
Entonces apareció un joven robusto, de nariz recta y ojos penetrantes como los de un águila. Venía de Berbería, región ubicada en el norte de África. Era, pues, un pirata berberisco.
Se llamaba Arudj. Pero como nadie podía pronunciar un nombre tan difícil, y como además tenía rojos los pelos de su barba, todos lo llamaban Barbarroja.
Este pirata era tan ambicioso y audaz, que se atrevió una vez a capturar dos naves llenas de preciosas mercancías enviadas por el Papa de Roma.
Los amigos del Papa de Roma se enojaron mucho, y juraron acabar con Barbarroja. Comenzaron entonces a perseguirlo por mar y tierra.
Y cuentan los relatos de aquella época que el pirata, para demorar el paso de sus perseguidores, sembró los caminos de oro y joyas. Mas los perseguidores no se dejaron engañar, y finalmente lo alcanzaron y lo mataron. Así terminó Arudj, que era llamado Barbarroja por ser su nombre tan difícil de pronunciar y por tener rojos los pelos de su barba.
Después surgieron otros muchos y muy pintorescos piratas. Como los vikingos, que eran todos rubios y navegaban en barcos con forma de dragón. O como los piratas chinos, que siempre acechaban las naves enviadas por el emperador del Japón. Pero, en realidad, la época de los más grandes y famosos piratas comienza cuando el navegante Cristóbal Colón llega a América.
A partir de entonces, los conquistadores españoles empezaron a descubrir en nuestro continente riquezas nunca soñadas.
En Perú encontraron riquísimas minas repletas de toda clase de metales valiosos. En México, plata, oro y piedras preciosas. Y en las islas del Caribe, tierras fértiles en las que crecían especias y otras rarísimas plantas, como el tabaco, que los españoles no conocían.
Movidos por la curiosidad y la codicia, los conquistadores trataban de llevarse todas estas riquezas en sus barcos, dentro del mayor secreto.
Pero los piratas siempre se enteraban y atacaban las pesadas naves cargadas con tan valiosos tesoros. De esta manera, mientras los conquistadores españoles se apoderaban de las riquezas de América los piratas se llevaban las riquezas de los conquistadores españoles.
Pero, ¿de donde salían tantos piratas?
Bueno, no es tan difícil de averiguar.
Al conquistar nuestros territorios, España se había convertido de la noche a la mañana en el país más grande, más poderoso y más rico del mundo entero.
Los reyes de Francia y de Inglaterra veían con envidia como España se llevaba nuestras riquezas, sin compartirlas con ellos. ¿Cómo apropiarse de esos tesoros?
¡Con barcos, claro!
Pero Francia e Inglaterra eran dos países pobres en esa época, y no tenían naves propias. Entonces resolvieron firmar pactos con aquellos capitanes de barcos que, deseosos de aventura y riqueza, quisieran cruzar el mar y atacar los navíos españoles.
A esa forma de viajar se la llamó ir a corso, o sea, "correr por el mar ". Los capitanes de tales barcos se llamaron corsarios.
Cuando los corsarios regresaban de sus correrías, entregaban el botín conquistado a su rey, y éste les cedía una parte. ¡Y todos contentos! El rey con sus riquezas, y el corsario con su parte del botín.
Pero muy pronto, a algunos corsarios les resultó muy incómodo zarpar de puertos europeos, cruzar todo el Océano Atlántico, atacar las naves españolas y regresar nuevamente a Europa. ¡Uf! ¡Era mucho trabajo! Además, les caía de la patada dar una buena parte de lo conquistado al rey quien, al fin y al cabo, no se arriesgaba en el mar como lo hacían ellos.
Decidieron entonces hacerse independientes, vender todo al que mejor pagara y refugiarse en Jamaica, donde vivían ya por aquel entonces algunos piratas.
Y en la famosa isla de La Tortuga, donde había muchos más.
Así, al cabo de cierto tiempo, en ambas islas acabaron viviendo muchos corsarios y muchos bucaneros, a quienes se les daba este nombre porque antes de convertirse en piratas se habían dedicado a cazar animales, cuya carne preparaban de una manera especial que se llamaba bucan; y muchos filibusteros, palabra de origen holandés que significa "el que va a la captura del botín".
Todos ellos, a pesar de tener nombres tan diferentes, estaban unidos por un oficio: la piratería.
En la isla de La Tortuga , todos esos piratas habían formado una república, a la que pusieron por nombre Cofradía de los Hermanos de la Costa.
Los piratas vivían en aquella isla como querían, sin importarles si uno era inglés, el otro francés, o el de más allá holandés.
Allí no había policías, ni jueces, ni cárceles.
Cuando se producía un pleito entre los filibusteros, se retaban a duelo y se batían con espada o con cuchillo. Al que ganaba la lucha se le daba la razón y se acabó.
En la isla de La Tortuga tampoco existía la propiedad privada de la tierra. O sea que la isla era de todos pero, a la vez, de nadie en particular.
Claro que a los piratas no les interesaba mucho todo esto, porque la verdad es que eran demasiado comodinos para andar preocupándose por averiguar de quién eran las cosas. Ellos eran piratas y su vida estaba en el mar, no en la tierra. Y como les gustaba la aventura y eran muy codiciosos, se pasaban gran parte de su tiempo planeando cómo iban a apoderarse de los tesoros que transportaban los barcos que cruzaban el océano.
Una de las empresas más conocidas del temible Lorencillo fue, por cierto, la toma de Campeche y otros veinte pueblos de la zona. Allí se quedó durante dos meses como dueño y señor. Y capturó tantos prisioneros y robó tantas joyas y piezas de plata que, cuando acabó de cargarlos, su barco casi se va a pique.
Lorencillo fue perseguido día y noche por tres fragatas españolas llenas de cañones. Pero el filibustero esquivó los ataques, arrojó al mar toda la carga para que la nave fuese más ligera y, aprovechando un viento fuerte, se alejó velozmente.
Después de estos sucesos, los españoles empezaron a levantar una muralla de ocho metros de altura alrededor de Campeche. Tardaron muchos años en construirla pero, cuando estuvo terminada, ningún otro pirata pudo entrar.
La verdad es que por estos rumbos hubo tantos piratas y tantas historias de piratas, que podríamos pasarnos días enteros recordando sus aventuras.
Algunos eran muy impresionantes y muy teatrales. Como el pirata inglés Barbanegra,
“Es un hombre inmenso, ancho de hombros y de una extraordinaria fuerza. Sus ojos son brillantes. Su rostro, colorado, está encuadrado por una barba negra que cae sobre su pecho y sube hasta sus ojos. Es tan espesa que la lleva dividida en pequeñas trenzas, atadas con cintas de colores. Va siempre vestido de rojo. Empuña un enorme sable y una fila de pistolas atraviesa su pecho. Su sombrero está adornado de hachones encendidos. Cuando lucha vocifera, ruge, grita, ríe, lanza injurias. Asusta tanto a sus adversarios que presa de miedo se entregan”.Usaba un gorro de pieles cuyo color era negro, por supuesto. Y cuando subía a bordo de una nave capturada, el feroz pirata se colocaba cuatro velas encendidas en el ala del sombrero.
Con este aspecto causaba un miedo tremendo a sus prisioneros, que acababan entregándole todo lo que poseían y contestando a sus preguntas sin ocultar nada.
También hubo un pirata muy bromista. Se llamaba Juan Lafitte y se creía el amo de todo el Golfo de México. En cierta ocasión en que el gobernador de Luisiana, cansado ya de soportar sus piraterías, ofreció una recompensa de 5 000 dólares por su cabeza, Juan Lafitte respondió ofreciendo 50 000 por la cabeza del gobernador.
Pero la piratería no sólo fue una profesión exclusiva de los hombres:
Mary Read era hija ilegítima, y su madre la vistió de muchacho para que un día pudiera ser su heredera, recordando que las mujeres no heredaban de sus padres. Entró al servicio del rey como grumete, donde se enamoró de un compañero y marcharon a Holanda en 1698. Después de la muerte de su marido, volvió a vestirse de hombre y se enroló como marinero en un barco holandés. En octubre de 1720 su barco pirata fue atacado por los británicos. Estando embarazada, murió en prisión el 28 de abril de 1721.
Un pirata totalmente diferente fue Bartolomé Robert, a quien todos llamaban "El Bello".
Era corpulento, moreno, guapo. Vestía ropas lujosas, llevaba al cuello una cadena de oro con una cruz de diamantes y lucía un sombrero ancho con una pluma roja.
Al desembarcar en un pueblo, Bartolomé el Bello hacía desfilar a sus compañeros por las calles principales. Luego entraba él y se hacía entregar las llaves de la ciudad, como si en verdad fuese un huésped de honor o un invitado especial. Finalmente, capturaba a los hombres más fornidos y los obligaba a convertirse en piratas.
Cuando Bartolomé el Bello murió, su cuerpo vestido de púrpura y encajes fue arrojado al mar. Así lo había ordenado él, que fue el más elegante de los piratas.
Y los piratas, cada vez más empobrecidos, sólo tenían barcos de vela, demasiado lentos para alcanzar a los buques modernos.
Además, cuando los hombres empezaron a usar la comunicación por radio, los pocos piratas que quedaban en el mundo no podían dar un solo paso sin que los capitanes de los barcos lo supieran.
Por otra parte, como tú sabes, luego se inventaron los aviones, con los cuales se puede vigilar el mar sin que se escape un solo pescadito. Y por último, empezó a utilizarse el radar, que es un aparato que capta la
presencia de cualquier intruso.
Los piratas del caribe
Conocidos a través de las películas, los libros de aventuras, se nos han presentado como seres fantásticos, rayando el umbral de la leyenda con la realidad, una leyenda forjada a lo largo de siglos de correrías y asaltos reales.
Filibusteros, corsarios, bucaneros... todos ellos fueron los responsables de ataques a buques cargados de tesoros que volvían a España. Los éxitos y la audacia propia de hombres sin temor, de proscritos sin patria, junto a la interesada ayuda de gobiernos, les llevó posteriormente a ofensiva contra plazas fuertes y puertos. Por todo ello fueron mundialmente conocidos. Tan reales como diferentes, porque aunque tenían la misma “ocupación” pueden observarse evidentes diferencias entre ambos.
˜ Bucaneros: en su comienzo se les denominaban cazadores de puercos cimarrones(cerdos salvajes), estaban instalados en el siglo XVII en la zona oeste de la Isla Española. Su sustento era la venta de carne ahumada o asada a la barbacoa o “boucan” de ahí procede su nombre. Su expulsión por los españoles de la Española y de la Tortuga, hizo que los bucaneros se organizaran y conquistaran la segunda de las islas anteriores, donde se instalaron.
˜ Filibusteros: su nombre es de origen ingles; proviene del holandés Vrij Buiter: “El que va a la captura del botín” que en inglés se escribe “Freebooter”de ahí viene la palabra “filibustero” que tiene un oscuro significado; con el cual se designaba a muchos de los piratas del mar de las Antillas en el siglo XVII, en especial a los ingleses y holandeses. Los filibusteros solían atacar poblaciones costeras, y alguna ver, muy escasa vez atacaban barcos, al contrario que sus parientes los bucaneros que su oficio era abordar barcos.
˜ Corsarios: se denominaban corsarios a los piratas que navegaban a las órdenes del gobierno de su país; atacaban a los barcos de sus enemigos para debilitar los poderes comerciales y económicos de los mismos. Los corsarios tenían en su poder documentos que autorizaban aquello que ellos hacían, estos documentos recibían el nombre de “Letter of marque” o también “Patente del Corso”. Los cosarios no cumplían los preceptos establecidos en estos documentos y los que decidían lo que hacer y no hacer eran los capitanes corsarios y sus tripulaciones. Las Patentes de Corso era entregadas habitualmente por un rey. Cuando los corsarios no tenían ninguna parte en las misiones de su corona atacaban cualquier buque que no llevara su bandera, así el botín era integro para ellos, pero conservando los derechos de navegar en corso.
˜ Piratas: tenían características muy similares a los anteriores, pero estos no cumplían ordenes de ningún gobierno, es decir, que eran bandidos, enemigos públicos, ladrones del mar; no tenían ninguna influencia política sino que buscaban su propio beneficio, solo respetaban a los barcos cuya bandera fuera “Jolly Roger” (o bandera pirata). Muchos de los corsarios pasaron a ser piratas a partir de la firma de paz entre España e Inglaterra. Los principales blancos de los piratas eran buques o barcos o pequeños asentamientos o colonias de bandera española o portuguesa, era lógico ya que eran los países que monopolizaban el comercio entre Europa y el Nuevo Mundo. Sus barcos cargados de oro y plata, esto para los piratas era un gran botín.